El día que consigamos aprovechar la energía que generan los conflictos, ¡obtendremos una fuente renovable e inagotable!
Leo la prensa, veo la televisión y la sensación es que somos adictos a ellos, sentimos como inevitable el conflicto y nos resulta familiar la energía que desprenden.
Y, mira que la historia nos muestra las consecuencias y también la causa común de los conflictos. El patrón inconsciente de atacar, emplear la fuerza o el poder, o de huir evitando el conflicto, o de plegarse, nos invade cuando percibimos amenaza, miedo, culpa o vergüenza.
Y conocemos el antídoto: pausarnos, observar nuestros pensamientos y las emociones que generan, y sus consecuencias. Y después, participar con la otra parte en un diálogo intencionado y estructurado.
Por eso Viktor Frankl nos recordaba la necesidad de elegir «El hombre lo mueven impulsos y es atraído por los valores».
Solo el proceso de observar nuestros pensamientos y nuestras emociones, el impulso que generan al ver las cosas de una determinada forma, tener una intención positiva y mantenerla, aclarar qué necesitamos, y proponer estrategias y acciones posibles, es útil para la resolución de un conflicto.
Y por supuesto, es imprescindible aceptar y comprender el mismo proceso en la otra parte.
¿Cómo? Con una conversación paciente y respetuosa, hasta confluir sobre las estrategias y acciones de cada parte y conjuntas, para resolver el conflicto. Por eso, en mi rol de ayudador o facilitador de conflictos ¡cada día disfruto más!
Se necesita pausa, consciencia y paciencia. Ya lo dijo Aristóteles «La paciencia es amarga pero su fruto es dulce».
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